
El pueblo de Ireli está marcado por el sello amargo de la sequía. En los pantanos donde los dioses han guardado el agua, los hombres han traído la tierra que alimentará a la comunidad durante muchos meses. El poder de hacer caer la lluvia lo tiene el fetiche perteneciente a la familia de Amadimé, un joven de unos doce años, al que un desconocido ofrece lo suficiente para comprar muchas de las cosas de las que carece su familia. Él acepta. Después de todo, siempre se puede tallar un nuevo fetiche… Sí, pero si fuera menos poderoso, nunca le perdonarían que vendiera la lluvia. Demasiado tarde, el desconocido se ha marchado con el fetiche. Amadimé se da cuenta de que ya no pertenece al pueblo. Sólo la gran ciudad le permitirá olvidar su pecado… Al menos eso es lo que piensa cuando descubre este encantador mundo desconocido, donde puede disfrutar de una abundancia que apenas puede creer que sea real. El anochecer le devuelve a la realidad. El niño fugitivo y culpable, solo consigo mismo, echa de menos su hogar y se preocupa por el futuro.